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Reflexiones de Semana Santa, Parte I


Jesús nos enseñó que la verdadera grandeza se mide por nuestra capacidad de servicio a los demás. Sucedió en la noche del jueves de aquella primera Semana Santa; la última en la vida terrenal de Jesús. Después de que el sol se ocultaba se daba inicio a la celebración de la Pascua, la fiesta más importante para todo el pueblo... 

Jueves Santo: El camino del servicio. Sucedió en la noche del jueves de aquella primera Semana Santa; la última en la vida terrenal de Jesús. Después de que el sol se ocultaba se daba inicio a la celebración de la Pascua, la fiesta más importante para todo el pueblo; aquella en la que se recordaban las acciones liberadoras de Dios cuando eran esclavos en Egipto.
Durante la mañana y la tarde de aquel jueves Jesús se preparó para la cena. Escogió el lugar, e hizo los demás arreglos. La muerte se aproximaba y él lo sabía muy bien. Por eso quiso hacer una cena diferente, en la cual lo más importante fuera la confraternidad con sus discípulos y en la que pudiera expresar sus palabras finales para ellos.
Cuando todo estuvo preparado Jesús se quitó el manto que vestía y se ató una toalla a la cintura, luego echó agua en un recipiente y comenzó a lavar los pies de sus discípulos. Pedro fue el primero en sorprenderse, y hasta se opuso. ¿Cómo era posible que el Maestro se vistiera como un esclavo y quisiera lavarles los pies a sus seguidores? ¿Acaso no había declarado ser el Hijo de Dios y estar revestido de todo poder? ¡Cuál no sería la desilusión de los discípulos! Lo que ellos querían era ver a Jesús haciendo demostraciones de poder y de superioridad, sobre todo ahora que la muerte los amenazaba. ¡Pero no!, ahí estaba él vestido como un esclavo y dispuesto a inclinarse hasta el suelo para lavarles los pies.
Avanzada la noche, y antes de servirse la cena, Jesús nos enseñó que la verdadera grandeza se mide por nuestra capacidad de servicio a los demás. Ser grande no es disfrutar del placer arrogante de ser servido por otros, sino tener la disposición de servir a los demás —a quienes más nos necesitan— y de hacerlo con desinterés y generosidad.
Para los cristianos, el jueves santo rememora la institución de la cena del Señor o eucaristía, y en ella Cristo mismo nos invita a servir a los demás así como también él lo hizo: «Pues si yo, el Maestro y Señor, les he lavado a ustedes los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros.Yo les he dado un ejemplo, para que ustedes hagan lo mismo que yo les he hecho» (Juan 13.14–15). Reflexiones de Semana Santa, Parte II  Segura Se entregó en la cruz y lo hizo para que todos tuviéramos perdón de pecados; esa fue una entrega consecuente con su vida de servicio. Jesús sufrió una muerte violenta por ser fiel a la verdad predicada y por hacer el bien. Su vida y sus principios atrajeron la furia de muchos. No soportaron que sanara a un paralítico porque lo había hecho el día equivocado; no admitieron que se acercara a los marginados...

Viernes Santo: El camino del perdón La muerte en una cruz constituia una pena denigrante, tanto que estaba destinada sólo para los esclavos, los provincianos y los criminales más bajos. No era común, por ejemplo, que se crucificara a un ciudadano romano; ellos tenían derechos que los protegían para no recibir esa muerte. Pero Jesús, siendo judío, y habiendo atentado con sus enseñanzas contra las más preciadas instituciones religiosas y políticas, tanto romanas como judías, fue condenado al vilipendio de la cruz. ¡Crucifícale!, fue el grito enfurecido de una turba de fanáticos que creían que Jesús debía morir a causa de su irreverencia.
Caifás, como sumo sacerdote, convino con la muerte de Jesús por considerarlo un blasfemo. Anás, sacerdote suegro de Caifás, investigó a Jesús y decidió que era oportuno darle muerte porque sus palabras eran una agresión al orden religioso de su tiempo. Herodes Antipas, el gobernador, y Poncio Pilato el procurador, se burlaron de él y profirieron la sentencia por conveniencias políticas. Todos por igual, religiosos y políticos, ciudadanos y gobernantes, concertaron la muerte de Jesús y juntos lo condujeron al castigo de la cruz.
La verdad es que Jesús sufrió una muerte violenta por ser fiel a la verdad predicada y por hacer el bien. Su vida y sus principios atrajeron la furia de muchos. No soportaron que sanara a un paralítico porque lo había hecho el día equivocado; no admitieron que se acercara a los marginados y excluidos; no aceptaron que hiciera milagros sin el consentimiento de la jerarquía religiosa; no asintieron que el amor, como él decía, fuera la ley suprema de la vida. Fue perseguido por presentar el rostro generoso de Dios y por hacer presente, por medio de sus acciones, la bondad de ese Dios. Todo esto irritó a quienes se arrogaban la supremacía de la fe y creían que el poder político era intocable.
Jesús murió en medio de una oscura trama de equívocos humanos. Es cierto. Pero su muerte tenía propósitos que trascendían el límite de esa historia terrenal en cumplimiento de los propósitos establecidos por Dios para la humanidad entera. ¡He ahí el meollo de su muerte sacrificial! En la cena de la noche anterior había dicho: «Esto es mi sangre del pacto, que es derramada por muchos para el perdón de pecados» (Mateo 26.28). Jesús vivió en función de los demás y murió en coherencia con ese mismo destino. Se entregó en la cruz y lo hizo para que todos tuviéramos perdón de pecados; esa fue una entrega consecuente con su vida de servicio. Nada de absurdo había en ella; tampoco nada parecido a un inesperado y trágico final.
La muerte de Jesús es una expresión del amor de Dios; gracias a ella es posible el perdón del Señor: «El amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo, para que, ofreciéndose en sacrificio, nuestros pecados quedaran perdonados» (1 Juan 4.10). Es el perdón de Dios y la reconciliación con él lo que está en el centro de la celebración del Viernes Santo. Podemos, entonces, entablar una nueva relación con Dios; estar en paz con él.



Así es una mujer

Cuando Dios se dispuso a hacer a la mujer, ya había llegado al sexto día de trabajo.
Un ángel se le acercó y le dijo: - Dios, ¿Por qué dedicas tanto tiempo a esta criatura?
-¿Has visto mi Hoja de Especificaciones para ella?, le respondió, fíjate bien:
Debe ser completamente lavable. Debe tener más de 200 piezas movibles, todas cambiables y ser capaz de funcionar con una dieta basada en cualquier cosa. Tener un regazo que pueda acomodar cuatro niños al mismo tiempo.
Debe ser capaz de dar besos que puedan curar desde una rodilla raspada hasta un corazón roto.
Y tendrá que hacerlo todo, solamente con dos manos.
El ángel se maravilló de los requisitos.
-Solamente dos manos… ¡Imposible!
-Es demasiado trabajo para un día, espera hasta mañana para terminarla , dijo el ángel.
No, ni hablar, dijo el Señor. Estoy tan cerca de terminar esta creación, que por cierto, es mi favorita- que voy a terminarla hoy mismo.
Además, esta criatura se cura sola cuando está enferma y puede trabajar jornadas diarias de 18 horas.
El ángel se acercó más y tocó a la mujer.
La has hecho muy suave, Señor. Sí, es suave dijo Dios, pero la he hecho también fuerte. No tienes ni idea de lo que puede aguantar o lograr.
-¿Será capaz de pensar? preguntó el ángel.
Dios contestó: -No solamente será capaz de pensar sino también de razonar, argumentar y negociar.
El ángel entonces notó algo y extendiendo su mano tocó la mejilla de la mujer.
-Señor, parece que este modelo tiene una fuga, dijo… Ya me parecía a mí que estabas tratando de ponerle demasiadas cosas.
-Eso no es ninguna fuga, es una lágrima, contestó el Señor.
-Y ¿para qué sirven las lágrimas, preguntó el ángel?
-Las lágrimas son su manera de expresar su alegría, su pena, su desengaño, su amor, su soledad, su sufrimiento, y su orgullo.
Esto impresionó mucho al ángel.
-Eres un genio, Señor, pensaste en todo. La mujer es verdaderamente maravillosa.
-Lo es; la mujer tiene detalles y capacidades que maravillan a los hombres.
Aguantan dificultades, llevan grandes cargas, pero al mismo tiempo rebosan felicidad, amor y dicha.
Sonríen cuando quieren gritar. Cantan cuando quieren llorar. Lloran cuando están felices y ríen cuando están nerviosas.
Luchan por lo que creen. Se enfrentan a la injusticia.
No aceptan un “no” por respuesta cuando ellas creen que hay una solución mejor.
Se privan de cualquier cosa, para que su familia pueda tener aquello que necesita.
Acompañan a sus amigas al médico cuando ellas tienen miedo de ir solas.
Aman incondicionalmente.
Lloran cuando sus hijos triunfan y se alegran cuando sus amistades consiguen premios.
Son felices cuando otros también lo son.
Sufren con la pérdida de un ser querido y cuando todos piensan que ya no les quedan más fuerzas, es cuando más fuertes son.
Saben que un beso y un abrazo pueden ayudar a curar un corazón roto.
“Sin embargo, la mujer tiene un gran defecto: a menudo se le olvida lo mucho que vale”

 SEDE EDUCATIVA LA MESETA
IE JULUMITO





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